El nihilismo, muy a menudo malentendido como mera negación o destrucción, encontró en la filosofía de Friedrich Nietzsche una voz que, aunque pareciera anunciar un abismo, en realidad planteaba la posibilidad de una reconstrucción. Nietzsche declaró que «Dios ha muerto», pero no como un lúgubre augurio, sino como un diagnóstico de la condición moderna, y un llamado al despertar de la autonomía individual.
El estoicismo, con su vigorosa afirmación del poder del individuo frente a las vicisitudes externas, ofrece una perspectiva robusta frente al nihilismo. «No son las cosas las que turban a los hombres, sino sus opiniones acerca de las cosas», escribía Epicteto en su Manual, marcando el tono para una posición filosófica ante la vida que empodera al ser humano por sobre su circunstancia.
Asumir este poder implica, en el contexto contemporáneo, enfrentar un desafío: la sensación de vacío y la ausencia de valores trascendentes que el nihilismo denuncia. La cultura moderna, saturada de estímulos y consumismo, a menudo nos deja con un sentimiento de falta de propósito. Pero aquí, el estoicismo nos invita a mirar dentro, a enfocarnos en aquello sobre lo que tenemos control: nuestra voluntad y nuestra capacidad de dar significado a nuestras acciones.
El enchiridion de Epicteto, instrumento práctico para el estoico, como su nombre lo indica, nos brinda herramientas para discernir entre lo que depende de nosotros y lo que no. Esta distinción es clave en nuestra era, donde la hiperconexión y las redes sociales pueden hacernos sentir impotentes frente al caudal de acontecimientos globales. La invitación es a enfocar nuestras energías en el ámbito donde nuestro esfuerzo sí cuenta. Marco Aurelio nos recuerda que «La felicidad de tu vida depende de la calidad de tus pensamientos», haciendo eco de esta necesidad de autovigilancia intelectual.
Analizando profundamente, podemos percibir un hilo conductor entre la propuesta existencialista de Nietzsche y el estoicismo. Ambos nos exhortan a construir significado, a asumir la autorresponsabilidad y a comprender que la vida, con su carga de sufrimiento y alegría, exige de nosotros una postura activa. Si para Nietzsche el superhombre es aquel que crea valores, para el estoicismo el sabio es quien vive en armonía con la naturaleza, que no es solo el mundo material, sino también la razón que gobierna el cosmos y a uno mismo.
¿Cómo, entonces, aplicamos estos pensamientos en nuestro día a día? Retomemos la máxima de convertir obstáculos en combustible para nuestro crecimiento. Cada contrariedad puede ser una oportunidad para ejercitar la virtud, como una roca esculpida por la corriente de un río. Epicteto nos llama a la no reactividad, al preguntarnos «¿Puedo hacer algo ante esto?» y si la respuesta es negativa, nos orienta hacia la serenidad. Esta técnica, simple en teoría pero compleja en la práctica, es vital en un mundo que nos bombardea con estímulos que escapan a nuestro control.
Nietzsche nos anima a ser fieles a la tierra, a abrazar este mundo, en lugar de buscar consuelo en una vida ultraterrena. Aquí, el estoicismo y él se encuentran, en la afirmación de la vida terrenal, la que está directamente en nuestras manos. Se trata de aceptar con valentía la finitud, reconociendo que en cada momento presente radica la posibilidad de un acto lleno de sentido.
Concluyamos entonces con un llamado a la acción: Tomemos nuestra pluma existencial y escribamos un guion donde el papel principal sea el de un individuo consciente de su moral interna y su poder de elección. Sigamos el consejo de Marco Aurelio, quien nos incita a cada mañana decirnos: «Hoy me encontraré con injerencias, con ingratitud, con insolencia, con deslealtad, con mala vecindad y egoísmo,» pero para cada uno de estos desafíos, recordemos que tenemos la opción de responder con nuestra mejor versión.
La modernidad demanda de nosotros una respuesta filosófica a la medida de sus complejidades, y el estoicismo nos provee de las claves morales para encararla. En las profundidades del pensamiento estoico, más allá de clichés, encontramos una arma poderosa contra el nihilismo: la convicción de que en la autodeterminación y el crecimiento personal reside la verdadera trascendencia. Así pues, enfrentemos al mundo no como víctimas del destino, sino como arquitectos de nuestro porvenir.
Y recordemos siempre las palabras de Séneca, «No es porque las cosas son difíciles que no nos atrevemos; es porque no nos atrevemos que son difíciles». Que nuestros actos sean el antídoto contra el nihilismo, y nuestra voluntad, el cincel que da forma a nuestra realidad.