A primera vista, la frase nos invita a replantear nuestro enfoque en cuanto a dónde centramos nuestra atención y nuestras preocupaciones. El estoicismo, en su esencia, nos enseña a separar lo que está bajo nuestro control de lo que no lo está. De esa manera, podemos concentrarnos y actuar sobre lo que realmente podemos influir, y al mismo tiempo, aceptar con serenidad lo que no está en nuestras manos. Los pensamientos y opiniones de los demás, por muy valiosos que sean, son en última instancia ajenos a nuestro control. Podemos influir, pero no dictar cómo nos perciben los demás.
Al enfocar nuestro cuidado en lo que nosotros mismos pensamos de nosotros, en nuestra propia autoevaluación, nos alineamos con la sabiduría estoica de tomar responsabilidad por nuestras acciones y pensamientos. Los estoicos creían que el juicio que emitimos sobre nuestras experiencias determina nuestra respuesta emocional a ellas. Entonces, ¿qué pasa cuando somos nosotros quienes nos juzgamos a nosotros mismos? El juicio propio se convierte en un espejo, reflejando nuestras acciones y pensamientos más íntimos. Este espejo, sin embargo, no es uno que deforma o engalana, sino uno que revela la verdad tal como es.
En ese reflejo, en el juicio de uno mismo, reside una gran fuente de libertad. Porque en el reconocimiento de nuestra propia humanidad, con sus virtudes y defectos, encontramos el espacio para crecer, para cambiar, para elegir ser mejores. Nos damos cuenta de que nuestro valor no está anclado en la percepción ajena, sino en cómo nos conducimos en el mundo, en la calidad de nuestros pensamientos, en nuestras acciones éticas y en cómo tratamos a los demás.
Pero también debemos recordar que la autoevaluación no es una invitación a ser duros con nosotros mismos, sino a ser honestos y justos. No se trata de castigarnos por nuestras faltas, sino de aprender de ellas. La reflexión interna, en este sentido, no busca alimentar la culpa, sino la sabiduría.
Aquel que se adentra en la introspección bajo el manto del estoicismo, encuentra en sí mismo un árbitro de serenidad, un faro de autenticidad que no se desvía por el viento de las opiniones ajenas. El mundo puede vociferar y juzgar, pero en su corazón, reina la paz. Sabe que es el capitán de su alma y el amo de su destino, y en ese conocimiento, encuentra la más profunda de las libertades: la libertad de ser uno mismo.
¿Cómo cambiaría tu comportamiento y tus decisiones si te enfocaras menos en las opiniones de los demás y más en tu propio juicio y autopercepción?
Durante la próxima semana, dedica un momento al día para la introspección. Debes tomar un diario y escribir acerca de las acciones que realizaste durante el día, las decisiones que tomaste y los pensamientos que tuviste.
En lugar de concentrarte en cómo estas acciones, decisiones o pensamientos podrían ser percibidos por los demás, concéntrate en cómo tú los percibes. ¿Estás satisfecho con tus acciones y decisiones? ¿Tus pensamientos reflejan tus valores y creencias personales?
Si encuentras que una acción o decisión no está en línea con tu juicio interno o tus valores, escribe cómo podrías manejar la situación de manera diferente en el futuro. Este ejercicio te ayudará a orientarte hacia la autopercepción y el autojuicio, alentándote a tomar decisiones y realizar acciones que estén en consonancia con tus valores personales, en lugar de buscar la aprobación de los demás.
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